sábado, 16 de octubre de 2010

Final de: Donde su fuego nunca se apaga.

Aquellos tres meses pasaron, parecieron una eternidad; pero nada ocurrió, ni aún noticias de Waring se tenían. Harriet desesperaba... de todos modos le esperaba.

Un año, dos, tres..., cinco años, y aún no se sabía absolutamente nada sobre él. Su padre Max le aconsejaba olvidarlo, pues si Jorge no se había notificado era porque no regresaría y todo entre ellos había sido una falsa.

Una tarde, despolvando el librero de la oficina de su padre, Harriet tropezó y tumbó el librero. Comenzó a arreglar todo como estaba, y mientras recogía halló una carta dirigida a ella. Había salido de un gran sobre, lleno de cartas que para su sorpresa eran de Jorge para ella. Comenzó a leerlas y lágrimas bañaban su rostro. En ese instante, su padre entró a la oficina y la encontró leyendo las cartas entre todos esos libros:

- ¿Qué haces aquí, hija? No deberías estar buscando entre mis cosas.

- Solo organizaba, y por lo que veo también hay cosas mías acá...¡Me ocultabas la verdad!¿ Por qué, papá? ¿Sabes todo lo que he sufrido, lo angustiada que he estado en estos cinco años?

- ¡Solo busco protegerte, hija!

- No, no, no...
Papá, sé que soy su retrato pero debes dejarme hacer una vida, tener mi propia familia. No te echaré al olvido... ¿Cómo podría? Eres el mejor papá en todo el mundo. Me has educado y en ausencia de mamá, amor y cariño jamás me han faltado..., pero tienes que dejarme dar el siguiente paso.

- Harriet, yo..., yo, yo solo...,¡ Perdóname!

Max Leigh había perdido a su amada esposa en un accidente de autos y no quería perder a Harriet si ésta se casaba; mas tuvo que resignarse y  aceptar la realidad: ya no era una niña. Era un joven independiente preparada para una familia.

Un día sonó el timbre. La sirvienta abrió la puerta y de inmeditao llamó a Harriet. Cuando se asomó la chica desde el segundo piso, su corazón se aceleró, lágrimas salían de sus ojos... ¡El amado al fin estaba ahí!
Ambos corrieron a su encuentro y la alegría se adueñó del momento. Max Leigh presenciaba aquello y, aunque le era duro, aprendía a aceptarlo.

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